En un movimiento que promete redefinir el panorama energético global y regional, China ha comenzado oficialmente la construcción de la que será la presa hidroeléctrica más grande del planeta, un megaproyecto sin precedentes que estará ubicado en el borde oriental de la meseta tibetana, específicamente en el municipio de Nyingchi, al sureste del Tíbet. La ceremonia de colocación de la primera piedra fue presidida el pasado sábado por el primer ministro chino, Li Qiang, marcando el inicio formal de una obra que superará en magnitud incluso a la emblemática Presa de las Tres Gargantas.
La iniciativa ha sido bautizada como la Central Hidroeléctrica de Motuo, y se erigirá sobre el curso bajo del río Yarlung Tsangpo, conocido como Brahmaputra al entrar en territorio indio. Este tramo del río es considerado uno de los más abruptos del mundo, con un descenso de aproximadamente 2.000 metros en solo 50 kilómetros, lo que lo convierte en un punto estratégico para la generación de energía mediante centrales hidroeléctricas en cascada.
La obra contempla la construcción de cinco centrales hidroeléctricas encadenadas, cuya capacidad conjunta permitirá generar 300.000 millones de kilovatios-hora anuales, una cifra equiparable al consumo eléctrico total del Reino Unido. Se estima que este coloso energético entre en operación durante la década de 2030, representando un paso gigantesco en la política de transición energética del gigante asiático.
Con una inversión estimada de al menos 145.250 millones de euros, equivalente a unos 1,24 billones de yuanes, este megaproyecto está siendo ejecutado por la empresa estatal China Yajiang Group, creada expresamente para la construcción y futura operación del complejo hidroeléctrico. La obra se inscribe dentro de la estrategia gubernamental de trasladar energía desde las regiones rurales del oeste hacia las grandes metrópolis industriales del este del país, aprovechando la abundancia de recursos naturales en las zonas menos desarrolladas.

Sin embargo, más allá de sus dimensiones técnicas y su propósito energético, el proyecto ha generado serias preocupaciones a nivel internacional, especialmente en India y Bangladesh, países que comparten cuencas fluviales con China. El control de los ríos que nacen en la meseta tibetana —como el Brahmaputra— otorga a Pekín un poder sin precedentes sobre el caudal hídrico que llega a millones de personas río abajo. La gestión unilateral del flujo de agua podría traducirse en graves riesgos de sequía o inundaciones para los territorios del noreste de India y el delta del Ganges, dependiendo de las decisiones que adopte China en relación con el manejo de la represa.
Aunque el gobierno chino ha asegurado que el proyecto no tendrá impactos significativos sobre el ecosistema ni sobre el suministro de agua hacia el sur, los temores persisten. Diversos centros de análisis geopolítico han alertado sobre las consecuencias de este tipo de obras, entre ellos el Instituto Lowy, que en un informe publicado en 2020 sentenció de manera contundente: “Quien controla estos ríos, controla en gran medida la economía de India”.
En este contexto, la Central Hidroeléctrica de Motuo no solo se perfila como una proeza de la ingeniería moderna, sino como un nuevo epicentro de tensiones geopolíticas en Asia, donde el dominio de los recursos naturales adquiere una dimensión estratégica clave. La construcción de esta megaestructura no solo refleja la ambición tecnológica y energética de China, sino también su creciente influencia en el equilibrio regional, con efectos que podrían redefinir las relaciones transfronterizas en el sur del continente asiático durante las próximas décadas.